viernes, 16 de febrero de 2018

Paula, la estudiante problema - Crónicas desde 40/40

Paula, la estudiante problema


Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos.

Paula va a un colegio público en el sur de la ciudad de Bogotá. Paula es una joven de 17 años, a esa edad ya cuenta con varias heridas en el alma, heridas que no cicatrizan, que por el contrario tienden a profundizar su desangre.

En casa, Paula vive con su madre, que al tiempo es el padre, es cabeza de familia. Paula, única hija padece la culpa de ser una hija no planeada, la hija del hombre que un día llegó a robarse los suspiros de la madre, que se robó  los primeros besos de ésta y abrió el campo desierto y solitario de su piel para dejarla embarazada y luego abandonarla. Paula ha sentido el cobro de su madre, frustrada por la experiencia del desamor y el abandono.

En el colegio, para sus profesores Paula es una niña problema. Paula visita más la oficina de la coordinación y disciplina que el patio del descanso, donde transita solitaria e incomprendida. A Paula sus profesores la miran con un dedo que acusa, pero nunca se preguntan dónde radican los malestares emocionales de la chica aún adolescente.

Paula fue llevada a coordinación, acusada de buscar pelea a varios de sus compañeros. Y la amenazaron con anotación en su hoja de disciplina y con llamar a su acudiente, es decir, a su madre. Nunca supieron por qué Paula alegaba con sus compañeros: Al colegio llegan los refrigerios que la Secretaría de Educación, en contratos de altísimo y corrupto costo, envía  para nutrir o complementar la alimentación de los estudiantes del Distrito. Muchos de los chicos no gustan de estos refrigerios y los botan. Paula, que va al colegio -a pie- desde kilómetros de distancia porque no tiene ruta escolar ni plata para el bus, y que pasa muchos días sin comer porque en su casa, su madre la castiga con el hambre; se duele porque sus compañeros botan la comida, para ella, eso es un pecado cuando en el mundo hay tantos seres –como ella- que están padeciendo hambre; y por ello Paula se pelea, pero sus profesores (fiscales, jueces y carceleros de un sistema educativo, sino ciego, miope), nunca entenderán eso.

Paula reincide y se encuentra nuevamente en coordinación, ante las autoridades académicas. Nuevamente la sentencian culpable.  Esta vez Paula, la chica problema, que cursa octavo grado, se estaba dando de golpes con dos chicos de décimo. Los profes no preguntan por qué, sin abogados que con un acervo probatorio a su favor la defiendan, Paula es imputada por los antecedentes ya comentados, mientras declaran inocentes a los dos jóvenes del grado superior. No saben que Paula defendía a un niño de sexto grado, a quien los dos estudiantes exonerados sometían a matoneo por quitarle una pelota. Los profesores ignoran esto y sólo la juzgan porque ella ya tiene el estigma en la cara, no hay más razones, ella es una chica problema y es su marca, la que ellos, los profesores del colegio, han construido en ella.

En casa, la madre de Paula no soporta más quejas del colegio. Ha llamado a la policía para que la ayuden con esa hija que es su desgracia. ¿Habrá caído en las drogas?  ¿Estará embarazada? ¿Habrá perdido su virginidad y repetido la historia? Son las preguntas que envenenan y llenan de cólera el alma de la mujer. Paula, a voluntad de su madre, es sometida a vejámenes que, seguramente la marcarán toda la vida.  Policías que la indagan y revisan a ver si tiene las marcas propias de un adicto. Profesionales de medicina legal que le hurgan en su intimidad para ver si aún conserva su virginidad o si ya ha tenido alguna experiencia sexual no “conveniente”. Paula ya siente que no es virgen, que el manoseo médico le ha quitado esta virtud que ella aún conserva aunque su madre no lo crea, como tampoco le cree que ella no “mete vicio”.

A la única clase que Paula iba sin desgano, en los últimos meses,  era la de artes, en el proyecto 40/40, las nuevas clases del programa de jornada extendida en los colegios  distritales. Iba porque sentía que allí había otro lenguaje que no era el lenguaje seco y sin los contenidos del reproche; porque no era golpeara con cada palabra o cada mirada. Porque los profes de 40/40 eran chéveres y le hablaban de tú a tú, sin jerarquías caducas ni prepotencias de autoridad sin sentido.  Porque los profes de 40/40 le preguntaban al menos ¿qué te pasa?, en buena onda y con ganas de escucharla, cuando la encontraban desmotivada, cabizbaja o a punto de romper en llanto por no poder soportar más el peso de sus angustias.  Porque tampoco la amenazaban para que se “comportara”, de acuerdo a las normas indiscutibles que se establecían en su casa y el colegio.

Paula no volverá a las clases de 40/40. Su madre la ha sentenciado: trabaja y aporta o se va de la casa, ella no quiere más la hija problema. La agenda que la madre de Paula ha diseñado para la chica no contempla su continuidad en el ciclo educativo.  A los únicos “cómplices vácanos” que Paula ha contactado en, su ahora ex colegio, es a algunos de sus  nuevos amigos, los profes de 40/40. Les ha compartido su tristeza en busca de una palabra de consuelo.  Después de esta conversación, Paula ha salido con la firme resolución de buscar trabajo en el día y tratar de estudiar en la noche, si su madre le permite salir a esas horas, sino es que la acusa de buscar la noche para otras cosas.  Tal vez este propósito se mantenga. Tal vez no, tal vez los duros embates de la vida a sus escasos 17 años y un octavo grado inconcluso, terminen por vencerla. Tal vez no le sea tan fácil encontrar un trabajo digno, a su edad, con su escasa escolaridad y la inexperiencia que le da el nunca haber trabajado, hasta ahora.

Podríamos hacernos tantas cábalas con la suerte de Paula, que mejor no… mejor desearle toda la suerte del mundo, y enviarle, en la distancia, un abrazo con la energía más transparente y limpia que podamos tratar de transmitirle para que la vida no la golpee más y por el contrario, le ayude a salir adelante, a concluir sus estudios en otra instancia académica donde los profesores no le pongan en la frente el letrerito de chica problema sin buscar los motivos de su razón de ser. Paula, no te conozco; el relato de tu vida me llegó por un ser excepcional, una de tus amigas orientadoras de 40/40, con su identidad en “A” de ángel y A”” de amiga sincera, que sufrió tus penas pero no pudo más que escucharte y darte ese abrazo que tal vez tanto necesitabas al despedirte del colegio mientras vertías tus lágrimas de adiós. Tal vez tampoco leas nunca está crónica, no sabrás que tu historia nos conmovió tanto que convoco este escrito, ojalá para la reflexión de algunos pocos, o algunos muchos, nunca sabemos hacia dónde van nuestras letras.

Colofón: Y mientras tanto las autoridades educativas, las interventorías, los supervisores y “gerentes” 40/40, solo inspeccionaban el número de asistentes a cada taller; el número de horas cumplidas por los operarios, muchas veces subcontratados (“tercerizados” en estas artimañas contractuales para facilitar el despilfarro y la corrupción). Las estadísticas, las estadísticas, las estadísticas. Cifras, cifras y más cifras: el número de canciones montadas, el número de obras de teatro y comparsas en proyección para los grandes y deslumbrantes desfiles que se esperan  obtener como muestra de que el proyecto es un gran “éxito”, con lo cual descrestarán a todo el mundo y demostrarán que el presupuesto público no se roba, perdón…: se invierte, en vano. Nos hemos creído el cuento que 40/40 (y los programas similares a éste) son espacios para formar “grandes” y futuros artistas; hemos olvidado tal vez que estos son escenarios  para construir humanidad, para hallar historias como las de Paula, para evitar su deserción del colegio, para ayudarla a resolver sus problemas de afecto, para orientarla a tener, tal vez, un mejor diálogo con su madre, un diálogo que las ayude a ambas a sanar tantas heridas acumuladas, a mirarse a los ojos de otra manera, con amor, con fraternidad salvadora.  40/40 es (o era) una oportunidad de salvar vidas, no importa que al final no haya los grandes poemas escritos por los estudiantes, grandes exposiciones de pintura, grandes escenografías; que no hayan  grandes presentaciones en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán… Si a través de la enseñanza del arte tan sólo salvamos una vida, ya con ello habremos tenido éxito.

Nota final: Para ella… que me contó esta historia con lágrimas de impotencia, con su “A” de ángel, “A” de amiga sincera, y “A” de Amor, por los siglos de los siglos, también.

Luis Carlos Pulgarín Ceballos, 2015.




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