domingo, 19 de marzo de 2017

Teusaquillo de Teusaca (cercado prestado), pero también de ¿Teus-Aquí-Yo?

Teusaquillo de Teusaca (cercado prestado), pero también de ¿Teus-Aquí-Yo?




Redacción y fotos: 
Luis Carlos Pulgarín Ceballos




“La historia oficial, vitrina donde el sistema exhibe sus disfraces,
miente por lo que dice y más miente por lo que calla”
(Eduardo Galeano).



La historia debería ser producto principal de la canasta familiar. Estar en las estantes de los supermercados, de las tiendas de barrio como barra de chocolate; en las mesas de los bares y restaurantes como plato o bebida aperitiva;  a la entrada de los cines como documental obligatorio antes de las ficciones extranjeras; qué se yo, en todas partes de la vía pública deberían haber signos y señales suyas  por aquello de que “todo pueblo debe conocer su historia, para que ésta no se repita”. En un pueblo como el nuestro, Colombia, donde la peste del olvido signa nuestros días, la historia debería venir en cápsulas, píldoras o inyecciones si se quiere, debería ser el primer medicamento recetado en la EPS, las IPS o el Sisben, ya que como receta académica fue suprimida de las escuelas y colegios.

Hablemos sólo de un pedacito de esta historia nuestra, sin entrar en el universo complejo de las vicisitudes endémicas que ha padecido Colombia a lo largo y ancho de su existencia como nación. Hablemos de Bogotá. Parcialmente de Bogotá D.C.: Cómo nacieron decenas de barrios en Bogotá. Cómo es que la ciudad expulsó los habitantes del centro histórico, los bogotanos, los rolos, los capitalinos, los cachacos; los habitantes originarios de Egipto, las Cruces y la Candelaria, principalmente, hacia el norte, cada vez más al norte, hasta llegar a Chía y otros municipios de la Sabana cundinamarquesa. Por dónde pasaron, dónde dejaron huella, qué nuevas arquitecturas habitaron en el trasegar de su diáspora.

Colombia es un país de eternos desplazados, aunque el término sólo empezamos a escucharlos en los años 90s para determinar el éxodo de millones de habitantes rurales que son víctimas del conflicto armado interno y del despojo de sus tierras por los que siempre pescan en los ríos que enturbian su cauce con cadáveres sin rumbo. Desde 1948, luego del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, Bogotá, podríamos decir, fue la primera ciudad que experimentó el desplazamiento urbano. Las élites de entonces, las mismas que despreciaron al caudillo liberal socialista, por mestizo, por socialista, vieron su ciudad arder en llamas y empezaron a extender la ciudad hacía el norte, para huir a la devastación primero, luego para huir de esa peste popular que los empezó a perseguir desvalorizando sus exóticas mansiones tipo inglesas, las que construyeron para olvidar su pasado de criollos herederos de la estirpe invasora de España. En ese entonces cuando Bogotá era Santafé de Bogotá y llegaba sólo hasta la calle 26, donde queda el Cementerio Central. Entonces empezó el desarrollo de la ciudad hacia al norte, cada vez más al norte: Primero fue Teusaquillo, que tímidamente había empezado a nacer en las desolaciones del barrio la Soledad, por algo lo llamaron de esa manera; luego anexaron al Distrito el entonces poblado de los chapines: Chapinero y su Chicó, luego Usaquen pasando por su hacienda Santa Bárbara, ahora habitan Chía, Cota, Tenjo, Mosquera, ya casi llegan a los límites con Antioquia.

Apuntes breves de la historia que alguien, un día, mañana quizás, habrá de ampliar para la memoria de las nuevas generaciones. Este artículo no va más allá, este artículo se detiene en el tránsito de aquella clase social por Teusaquillo, para rescatar varios relatos que hacen parte de esa historia no escrita, relatos que aún perviven a sotoboche por las calles  de la Soledad, por el Park Way, la Magdalena, Santa Teresita, Palermo, por el Parque Brasil… Alguien me comentó que Teusaquillo viene de “Teusaca, que quería decir “Cercado prestado”. Teusaca era una gran laguna ubicada  en los territorios  en que actualmente se encuentran los barrios de Nicolás de Federmán, El Campín, Pablo VI, y la Esmeralda. Este sector era un sector rico en vegetales, diversas aves y sobretodo un sitio de mucha tranquilidad. A él acudía el Zipa de Bacatá, en sus  temporadas de vacaciones y aprovechaba  para bañarse en la laguna de Teusaca. De allí el origen del nombre para la localidad y uno de los barrios que la integran”[1].  Una manera de mantener vivo el recuerdo de las primeras comunidades dueñas del territorio capitalino: los muiscas. En los últimos años, he visto vallas y carteles que convocan a eventos artísticos y culturales con una suerte de lema que reza “Teus-Aquí-Yo”, algo así como “Aquí usted y también yo” ¿Será?... En todo caso, después de La Candelaria, Teusaquillo se erige como uno de las localidades que son patrimonio histórico de la capital, no obstante la desidia de sus gobernantes para protegerlo. Y ese patrimonio histórico, no sólo se relaciona con su arquitectura inglesa, también con los relatos orales que configuran esa otra historia que no se cuenta en los relatos oficiales, esos relatos que sólo se visten de bustos de prócer fundador o independentista.   

Los siguientes relatos hacen parte de una investigación que en el año 2002 realicé para un proyecto de investigación local del patrimonio histórico; hacen parte de esa colcha de retazos que habremos de seguir tejiendo para no perder la huella del pasado. Versiones, de las cuáles existirán otras versiones: las versiones contadas por aquellos pocos habitantes que se resistieron a abandonar su territorio, y que hoy, pasan inadvertidos, casi que invisibles entre los nuevos propietarios del sector; como aquella ilustre y cachaca anciana, con aires de dama inglesa, que me repetía entre línea y línea “es que este Teusaquillo ya no es lo mismo, esto se llenó de judíos, de pobres y guacherna, que nos afearon el barrio, que hicieron que la gente de clase  fuera vendiendo de a poco sus casas y buscando hacia otro lado”.

Aquí van pues, los relatos de esa época, cuándo Teusaquillo no estaba habitado por judíos, pobres y guacherna, sino por la fina clase de dedo parado bogotana:

1.    YA NO VIVE NADIE EN ELLA. Cuando se construía una casa en Teusaquillo, era todo un acontecimiento social, hasta político. La prensa local de la época muchas veces repitió en sus páginas sociales la celebración social y la bienvenida que se hacía a las familias que se trasladaban a vivir en el nuevo sector residencial de Teusaquillo.  La casa era el centro de todo, nos relata doña Alicia Vega; las penas y alegrías, todas se vivían en torno de la casa, y como era tan cerca del lugar de trabajo o de estudio, pues la casa era el referente hasta para la siesta después del almuerzo, antes de recomenzar las labores del día.
2.     “MAMÁ-TOCO?, NO MIJO, MEJOR SILVA”  La historia vuela en los labios de varias personas de la localidad, y se construye a partir de la voz colectiva. El Parque de la Calle 39A en el barrio la Magdalena, parece ser el testigo, no en vano casi todos lo conocen como el Parque de Mamatoco.  “El fantasma del Boxeador “Kid Bogotá”  más conocido como Mamatoco. Un boxeador Costeño, celebre en su época, que llegó a trabajar con la Policía, y fue asesinado, presumiblemente por un teniente de apellido Silva, a raíz de problemas de faldas, esto desencadenó no solo el humor y la ironía bogotana, pues aparecieron letreros que decían ¿Mamá-toco? -, y abajo una frase de respuesta: “No mijo, mejor Silva”.   Pero además desencadenó un conflicto de tipo político, pues en aquella época se vio involucrado en los comentarios del crimen Alfonso López Michelsen, hijo del expresidente López Pumarejo, de quién se asume algo tuvo que ver en este asesinato, aunque las cosas se quedaron solamente en rumor nunca confirmado. El caso es que El Teniente Silva salió del país mientras se calmaba el escándalo y la justicia se olvidada del expediente, y sólo regresó, cuenta la gente, con el guiño del poder político de Alfonso López Pumarejo… Yo no sé si estas versiones sean indicio de algo, pero es parte de esa memoria no oficial que me encontré en el proceso investigativo. Esta versión corresponde a la contada por el Sr. Enrique Pava.
3.    UNA ANÉCDOTA DE RECONCILIACIÓN ENTRE “GODOS” Y “CACHIPORROS”.  En épocas del Frente Nacional, cuando el odio entre liberales y conservadores aún se respiraba en el ambiente, cuando los liberales le ponían collar rojo a sus perros y los conservadores collar azul a los propios y les enseñaban a odiarse entre ellos, habitó en Teusaquillo, al igual que muchas personalidades importantes, el expresidente Mariano Ospina Pérez. Quién a su muerte logró lo que en muchos años no había logrado el mismo pacto de alternancia en el poder entre “godos” y “cachiporros” de esta Patria Boba. En palabras de don Gilberto Patiño, el  entierro de Mariano Ospina Pérez estuvo marcado por la concurrencia generalizada: Todo el país político, social y económico desfiló acompañando sus responsos hasta el cementerio.  Después de la ceremonia, en la Iglesia de San Antonio de Ligorio, su cadáver fue trasladado en un gran desfile hasta el cementerio, y el peso de su ataúd se lo alternaron las diferentes personalidades que asistieron. Casi toda la sociedad colombiana allí representada.  Una anécdota anexa, la hace don Enrique Pava, habitante del barrio la Soledad y familiar del general Omar Gutiérrez Ospina, apodado  “la Guagua”,  quien liberal de racamandaca e irreconciliable con cualquier conservador, tuvo la obligación de velar porque los responsos del ilustre conservador, llegaran en completa tranquilidad hasta su morada final. “Y para colmo, con su segundo apellido “Ospina!””.
4.    LA CASA DE LA MADRE SOLTERA.  En la calle 49 entre 29 Y 30. Todavía existe la casa; al parecer perteneció a la hermana de Alfonso López Michelsen, o pertenece;  funcionó lo que se llamó “la casa de la madre soltera”...  Mientras se sucedían los juegos de tarro o las escondidas de los muchachos de la época, y después de llenarse de patadas y mientras los números afloraban en los labios de quién habría de buscar a sus compañeros de juego, cada noche entre 7:30 y 8:00, había un desfile de muchachas embarazadas hacía dicha casa...  “Porque allí metían a todas esas muchachas, las que quedaban embarazo y las echaban de la casa, o muchachas del servicio, que en muchos casos los muchachos de las casas se las “papiaban” y las embarazaban... Y luego dejaban el niño allí, con el cuento de la adopción, porque además un hijo les iba a causar molestias en la vida, por lo de madre solteras...  Después se descubrió que eso era un gran negocio porque allí le entregaban los niños a extranjeros... Permanentemente estaban pasando taxis de turismo, que eran unos carros blancos  con  techo verde... Éste era como el centro de adopción”, comenta un relator que pide no ser identificado plenamente, no sin antes terminar con: “Y nosotros con esa mala educación que teníamos, en el sentido de que no teníamos claro el referente sexual, pero ya éramos  preadolescentes con ciertos movimientos corpóreos no muy claros todavía de a qué se debían... Entonces nosotros con el tiempo que nos empezamos a dar cuenta como cuál era la película con las peladas éstas,  siempre asumimos que las chinas eran prostitutas... entonces nosotros le jodíamos la vida para que “nos lo dieran”... Y ellas pasaban como si fueran presas para la tienda... Todo era como muy escondido.... Con paredes y rejas...”

Nota obligatoria: Las anécdotas fueron recogidas en el año 2000, para el proyecto Fachadas Localidad 13, Teusaquillo; realizado por la Corporación Cultural Pequeño Teatro del Mundo para la Alcaldía Local. Son parte de 50 relatos compilados.
Dirección investigativa: Luis Carlos Pulgarín Ceballos. Colaboración Investigativa: Diana García Rivera  y  Diana Arango Villa. Fuentes: Pepe Lara, Bernardo Rodríguez Bohórquez, Alicia vega, Alba Orjuela de Macías, Guillermo Suárez, Elizabeth López, Francisco Antonio Zea (Antonio Casafús), Juan Darío Zea, Enrique Pava, Gilberto Patiño,  Irene Rojas, Dilma Montaña,  Ricardo Mora, Claudia Beltrán. 






[1] La identidad de las fuentes se relaciona al final del artículo.

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