martes, 7 de julio de 2009

"falsos positivos": 1666 crímenes cometidos por la Fuerza Pública Colombiana


Hace unos siete meses escribí esta nota para el blog "OPIBLOG ALTERNATIVO". La reedito el día de hoy dada la atroz vigencia del tema

¿EN QUIÉN RECAE LA RESPONSABILIDAD TOTAL DE LOS 1666 CASOS QUE EL GOBIERNO URIBE, CÍNICAMENTE HA DENOMINADO "FALSOS POSITIVOS", Y QUE EN UNA DEMOCRACIA REAL Y RESPETUOSA DEL DERECHO A LA VIDA, NO SERÍAN MÁS QUE SALDOS NEGATIVOS DE LA ACCIÓN BARBARA DE UNAS FUERZAS MILITARES CONTAMINADAS POR LA ACCIÓN CRIMINAL?

Falsos positivos, entiéndase acción criminal de la fuerza pública sobre cientos de jóvenes y campesinos inocentes como producto principal de la política de seguridad democrática uribista

Por: Luis Carlos Pulgarín Ceballos
domingo 2 de noviembre de 2008

“Matar inocentes es un crimen por el que hay que rendir cuentas” – frase del pueblo Sirio para Estados Unidos que podría tener plena aplicación en el caso colombiano actual.

“La oportunidad hace al criminal”, parodia de un viejo refrán popular que podríamos aplicar para decir que la oportunidad –en este caso-, la pinta el Presidente con sus recompensas y política guerrerista donde se premia la barbarie, se condecoran y ascienden de rango a los barbaros detrás de una pretendida guerra antisubversiva que lo único que ha logrado es una serie de falsos positivos (entiéndase acción criminal de la fuerza pública sobre cientos de jóvenes y campesinos inocentes como producto principal de la política de seguridad democrática uribista- que, en su periodo de gobierno, han cobrado la vida ya, de cientos de civiles colombianos a los que han hecho pasar como dados de baja en combates.

Por eso conformase con la salida de unos cuántos militares, decir que el mal está remediado, que el señor Presidente ha cumplido con lo que tenía que hacer, pese al dolor “patriótico” que le produce a unas fuerzas militares que lo han secundado en sus políticas guerreristas, no es suficiente, pues lo que está sucediendo no es sólo la consecuencia de unas políticas mal formuladas en lo que a seguridad se refiere sino que también a la incoherencia moral y ética de un Jefe Supremo de las Fuerzas Armadas que legítima la barbarie y altera todo principio constitucional con tal de mantenerse en el poder. La fórmula es sencilla, tan sencilla que es receta de abuela: si usted tiene un niño y este sufre de parásitos no es suficiente con darle un antiparasitario, sino corta de tajo las causas que le producen la enfermedad, ésta se reproducirá sin mayor aviso al poco tiempo.

Las causas de extralimitación del poder militar están precisamente en la voluntad presidencial de romper toda norma ética con tal de ganarle la guerra a las FARC, en una guerra, que para el señor presidente, parece más personal que institucional, donde pesa más la ansiedad de la venganza por los hechos del pasado que la generosidad de una política de paz para con el país mismo, o para la “patria” como dice él, su “patria” o la “patria” de las élites que lo acompañan en su desmedido afán de poder reeleccionista, no la Patria de la mayoría de Colombianos y Colombianas desprotegidos de reales condiciones de vida digna.

En el panorama nacional, no es novedad que la Fuerza Pública esté involucrada en casos de violación de derechos humanos, ésta situación ha sido permanente y con mucha fuerza desde el modelo de estatuto de seguridad nacional que implantó Julio Cesar Turbay Ayala (expresidente del cual es discípulo el señor Uribe Vélez), y que condujo a los más altos niveles de violación de derechos humanos por parte del ejército, cosa bastante documentada a nivel internacional por importantes ONGs. Por lo tanto lo que le compete al país, ya que ni el señor presidente, ni su ministro de defensa lo van a hacer, es revisar de manera estructural cuáles son las causas que desembocan en las terribles consecuencias que llevan a los militares a romper cualquier precepto político, moral y constitucional con tal dar partes de victoria a su jefe mayor, el máximo comandante de la fuerza pública que les impele desde su mandato de seguridad democrática, una cuota de sangre enemiga diaria –así estos partes de victoria sean los bochornosos falsos positivos a los que nos han tratado de acostumbrar desde el principio de la era presidencial del “príncipe” como lo denominaré al columnista Felipe Zuleta. En este caso, “el príncipe de las tinieblas” será.

En otro país, donde no haya el infortunio del analfabetismo político que asfixia a Colombia, donde el criterio político de sus ciudadanos y ciudadanas no sea comprable con las dádivas o limosnas que a diestra y siniestra reparte la presidencia desde su estratégico programa de “Acción Social”, dónde las élites políticas no se aprovechen del hambre y las necesidades de unas mayorías pobres y miserables para comprar sus conciencias; esa misma ciudadanía optaría por la depuración ética y moral del Sistema o Establecimiento que somete a sus conciudadanos a la tortura diaria de las masacres, los desplazamientos, la desaparición, el robo de las tierras a sus campesinos, entre tantas otras variables de violación a los derechos humanos que se ha impuesto como estrategia institucional (crímenes de Estado llamaríamos de alguna manera), para hacer más ricos a los ricos y cada vez más miserables a los pobres.

Para nada es legítimo (moral, ética y políticamente hablando), que ante situaciones de violencia institucional un presidente mienta tanto. Miente cuando afirma que su política de seguridad democrática es un éxito rotundo, pero se contradice cuando acusa a todo movimiento social que le reclame por sus derechos, de estar infiltrado por la subversión; miente cuando dice que no hay conflicto, pero se contradice cuando empodera y blinda a sus fuerzas militares para la guerra y cuando hace de la guerra misma su plataforma para su perpetuidad presidencial. Miente cuando afirma que la fuerza pública no dispara contra las manifestaciones indígenas y los asesina, pero los medios de información internacional (que no los nacionales), demuestran lo contrario. Miente cuando dice que los emblemas internacionales de aquellas instancias que como la Cruz Roja Internacional, los cuales son símbolo de neutralidad, no han sido usados de manera intencional para engañar al enemigo, pero luego, poco a poco se esclarece lo contrario. Miente cuando sale ante los medios de comunicación, a dar débiles explicaciones de por qué y cómo es que delincuentes narcoparamilitares se dan el lujo de visitar la casa de Nariño (o casa de “nari”, como dicen algunos), con al anuencia de sus más cercanos asesores y funcionarios y, quién sabe –a lo sumo, con todos estos antecedentes, sí-, si con su complacencia misma. Miente, cuando en sus políticas de pago de recompensa, deja implícito que cualquier acto sanguinario y criminal es válido y perdonable desde el punto de vista jurídico y moral, con tal de que le den la satisfacción de recibir “la mano derecha” de cualquier subversivo. Miente cuando se atornilla a un sillón presidencial con sumo descaro y cinismo, mientras sus principales alfiles políticos y militares (casos de un abanico resumido: Rito Alejo del Río, El exdirector del DAS, más de 70 aliados políticos entre otros), han ido a parar a la cárcel por violación a derechos humanos unos, por alianzas con narcoparamilitares otros, y los demás estás siendo objeto de seguimiento por los demostrados casos de cohecho que han salido a la luz pública a partir del capítulo mal denominado “la yidispolítica”. Miente, cuando sin mirar que culpables pueden haber en la Casa de Nariño, acepta la renuncia de una sola funcionaria del DAS, luego que se destapa el escándalo de ordenes impartidas para comenzar una cacería de brujas dentro de la militancia del Polo Alternativo Democrático, única fuerza que le ha hecho oposición a sus nefastas políticas para el país.

En qué nación cabe, entonces, que un jefe máximo de las fuerzas militares, que sopese tantos cuestionamientos y contradicciones, siga al frente del poder como si nada, que se de el lujo de endosarle las culpas a sus subalternos y continuar imbatible, cual mesías libre de todo pecado a pesar de las sombras que le circundan por todo lado, solo en Colombia, un país donde cómo dije antes, padecemos el infortunio del más alto y deplorable analfabetismo, un país donde el criterio político de sus ciudadanos y ciudadanas es comprable con las dádivas o limosnas que a diestra y siniestra reparte la presidencia desde su estratégico programa de “Acción Social”, dónde las élites políticas se aprovechan del hambre y las necesidades de unas mayorías pobres y miserables para comprar sus conciencias.

Porque la responsabilidad le cabe es al que pinta la oportunidad incentivando la extralimitación en el poder de la fuerza pública, el primero en renunciar debería ser el Presidente, el Jefe Supremo de unas Fuerzas Armadas que enlodan el nombre del país a nivel internacional con estos crímenes de lesa humanidad, hacía los que la Corte Penal Internacional –a esa que le teme tanto el señor Presidente-, tendrá que mirar en cualquier momento. En otro país, donde haya menos indiferencia para con la impunidad, donde el terror esté menos sembrado de olvido, un país con gobernantes más serios y éticos, una vergüenza de este tamaño no quedaría impune. Porque no crean que las destituciones de los militares las hace el Supremo por su fuerte convicción de lo que debe ser el respeto a los Derechos Humanos, pues así como una vez mandó a que los congresistas parapolíticos legislaran a su favor mientras no estuvieren en la cárcel, muy seguramente en estos momentos el mensaje a sus tropas militares debe ser sigan adelante muchachos mientras no los tengan que destituir por la presión de los entes internacionales de derechos humanos, que al fin de cuentas son los únicos que pueden hacer mella en su posición tiránica.

He dicho, por ahora.

CAMPAÑA UN MILLON DE POEMAS CONTRA LA GUERRA, LA IMPUNIDAD Y EL OLVIDO

UN MILLÓN DE POEMAS CONTRA LA GUERRA, LA IMPUNIDAD Y EL OLVIDO; por la Paz, la Justicia Social, la Libertad y la Vida.

INFORMACIÓN Y POEMAS RECIBIDOS EN: http://unmillondepoemas.blogspot.com/

Para poetas y no poetas, para todas aquellas personas sensibles a la vida y la paz con justicia integral.

Lanzamiento Nacional de la Campaña: viernes, septiembre 12 de 2008.
Hora: 12 meridiano
Lugar; Plaza Bolívar de Bogotá.

Ni impunidad ni olvido, por la Memoria, por las víctimas de la violencia, por los más de tres millones de desplazados, por los más de 10 mil desaparecidos, por la reparación y la justicia: 1 MILLÓN DE POEMAS CONTRA LA ACTITUD BÉLICA DEL ESTABLECIMIENTO NACIONAL.

Impulsa: SINAPSIS Corporación para el desarrollo socio cultural - http://corporacionsinapsis.blogspot.com/

¿Por qué un millón de poemas?

La primera consideración que quiero hacer es que esta convocatoria no es sólo para poetas y escritores de oficio, es una convocatoria abierta, amplia, plural que busca despertar sensibilidades en los ciudadanos y ciudadanas que a partir del verso, la copla, el canto, el coro, las cartas y las crónicas quieran aportar un testimonio para la memoria, para combatir la epidemia del olvido que destruyó a Macondo y amenaza con destruir a Colombia entera.

Por qué desde la poesía?, porque la poesía es arte, y el arte tiene como misión recrear desde los escenarios de la imaginación aquellos episodios que en la historia oficial son elípticos, porque el arte ha demostrado que existe para llenar los vacíos de una historia que por lo general es escrita por historiadores oficiales que suelen olvidar de adrede, evadir algunas verdades incomodas y vergonzantes para los gobernantes. Porque hoy más que nunca la historia está siendo escrita por los victimarios, y el arte ha demostrado grandes virtudes para mantener en sus escenarios la memoria y la verdad verdadera, de manera apócrifa, desde el sentimiento y el sufrimiento popular.

Porque, como escuché esta semana en uno de los tantos eventos realizados en el marco de la Semana por la Paz, porque el arte es memoria, porque el arte va a desenterrar los muertos que entierran los historiadores y niegan los victimarios.

¿Por qué contra la guerra, la impunidad y el olvido?

Contra la guerra, porque hay que denunciar ya que la guerra es una estrategia económica y política que no sólo la hacen los grupos armados ilegales que tanto persiguen las fuerzas oficiales. La guerra genera dividendos económicos y políticos para ideólogos, autores intelectuales y financiadores que –perteneciendo al establecimiento- han acrecentado con ella –la guerra-, sus latifundios –más de cinco millones de hectáreas robadas a las víctimas de la violencia, en los últimos 15 años, así lo demuestran-; genera dividendos políticos – la violencia conservadora contra el liberalismo en la denominada violencia política luego del asesinato de Gaitán, luego, la violencia del binomio liberal conservador contra la izquierda comunista, ahora: los actuales procesos de la parapolítica y el fortalecimiento electoral de aquellos grupos de extrema derecha en regiones donde los asesinos han exterminado –con total impunidad- la oposición política, así lo demuestran. La guerra en Colombia es un hecho vergonzante que permanentemente ha sido impulsada por las élites políticas y económicas para preservar los privilegios que les da el poder y por eso han creado monstruos generadores de terror y muerte que primero llamaron pájaros y hoy denominan paracos. Paracos que quieren legitimar con una guerra antisubversiva, una guerra contra unas guerrillas que por el desgaste de una lucha larga y prolongada se han deteriorado y hacen más compleja e incierta la realidad de los colombianos y colombianas que tanto anhelamos nuestro derecho a vivir en paz.

Contra la guerra porque es hora, entonces, de que aceptemos que en Colombia sigue existiendo un conflicto, que los actores armados continúan su fortalecimiento cada uno por su lado: los paramilitares bajo la protección de la mal llamada ley de justicia y paz, con nuevos nombres y nuevos comandantes que han relevado a los que hoy por hoy gozan de los beneficios otorgados por un gobierno que les resulta demasiado afectuoso; la guerrilla, porque a pesar de los duros golpes que a sus estructuras les han dado las acciones combinadas del ejército nacional con los paramilitares, muy seguramente están acumulando fuerzas desde las retaguardias a las cuales se han ido retirando para contener las acciones de sus enemigos naturales y saldrán cuando menos lo esperemos, a contraatacar y recuperar territorios con acciones tan violentas que van a afectar, lastimosamente, la población civil que esté a su paso; y la fuerza pública, porque la política guerrerista del actual gobierno les ha abonado el camino de la inmunidad para la acción del todo se vale, todo está permitido, la guerra hay que ganarla a cualquier precio (aún, a costa de burlar convenciones y símbolos establecidos internacionalmente para crear espacios de neutralidad y humanitarismo en medio de la guerra), no sólo con el fortalecimiento a los presupuestos para el gasto militar, sino que además con la protección indiscriminada a aquellos generales que como Rito Alejo del Río –que mancillan y desdicen del honor del ejército nacional por sus acciones violatorias a los derechos humanos-, se han venido burlando de la justicia colombiana a pesar de sus crímenes de lesa humanidad.

Contra la guerra porque también hay que hacer un juicio a los financiadores de la guerra, a quienes han propiciado durante décadas la aparición y fortalecimiento de los grupos paramilitares y sacado múltiples beneficios de la acción criminal de dichos grupos: empresas internacionales, gremios nacionales, las élites políticas y económicas que hoy se han ido descubriendo gracias a los valientes procesos investigativos que ha adelantado la Corte Suprema de Justicia sobre el caso de la parapolítica nacional que, entre otras cosas, involucra un alto número de congresistas y dirigentes políticos muy allegados al actual gobierno colombiano.

Contra la impunidad porque es imposible la reconciliación nacional sin verdaderos hechos de justicia, verdad y reparación integral para las víctimas. Porque hay que revisar profundamente los actuales procesos de “negociación” entre el narcoparamilitarismo y el gobierno nacional, porque es injusto que 19 mil victimarios -integrantes del paramilitarismo- anden libres por las calles y pueblos del país, gozando de beneficios económicos de un proceso de reinserción aún no legalizado en acto legislativo alguno y sin la apertura de verdaderos procesos judiciales que los lleve a asumir sus responsabilidades por los crímenes cometidos, mientras que más de tres millones de desplazados y desplazadas andan viviendo los rigores y la inclemencia de la miseria a los cuales los han arrojado los narcoparamilitares y terratenientes del país que se han robado sus tierras –más de cuatro millones de hectáreas usurpadas en este proceso de contrareforma agraria armada en los últimos 15 años-, y por la indolencia de un gobierno que se ha caracterizado por cuidar más los intereses económicos y políticos de los mismos victimarios que por verdaderos procesos de justicia y dignidad social de las víctimas del conflicto. Porque muchos de los paramilitares libres, hasta hace poco tiempo de bajo perfil en las filas de sus grupos, ahora administran carteles del delito que perpetuán la guerra sucia, como pasa en Medellín, además de continuar administrando los negocios ilegales de sus patrones que, hoy desde las cárceles colombianas y estadounidenses, tienen total libertad para seguir orientando a sus subalternos en la acción criminal y delictiva.

Contra el olvido, porque ningún gobierno está legitimado para decretar la desmemoria, porque en Colombia además del terrible crimen del secuestro, cometido igual por paramilitares, guerrilleros y delincuentes comunes al servicio de los diferentes grupos ilegales colombianos, no podemos olvidar que también hay más de tres millones de desplazados, secuestrados por el hambre y la pobreza en sectores tuguriales de las grandes ciudades del país; miles de madres, padres, esposas, hijas, hijos, hermanos, mujeres y hombres secuestrados por el duelo no elaborado, el dolor y la incertidumbre, de no haber sabido nunca cual fue el verdadero suplicio de casi 10 mil desaparecidos, torturados y abandonados en fosas comunes. Porque tampoco podemos olvidar el magnicidio de la Unión Patriótica, el magnicidio de Rodrigo Lara Bonilla, Luis Carlos Galán, Carlos Pizarro, Jaime Pardo Leal, Bernardo Jaramillo Ossa, y tantos otros dirigentes colombianos que cayeron asesinados sin que hasta el día de hoy se hayan establecido claros procesos de vinculación judicial a autores intelectuales que dada la situación del país, muy seguramente, están más cerca de las puertas del Palacio de Nariño que de una cárcel colombiana.

Para finalizar, muy seguramente muchos de ustedes estarán pensando en la dureza de este discurso, en cuánto contraste deben tener estas palabras que se expresan en medios de una convocatoria que habla de poesía y arte; pero es que precisamente esta campaña nace del embate de esta absurda realidad de violencia política que nos persigue hace más de cincuenta años, nos mueve la dura situación de millones de víctimas de la violencia, partimos del principio de que el nuestro es un país en guerra, y por eso mismo, elucubramos para que haya más poesía y menos bravuconería, para que la poesía destierre este tipo de discursos donde solo acecha la injusticia, para que la poesía destierre la tiranía de los representantes de la muerte, más poesía y solo más poesía para que Colombia por fin, se vista del color de la esperanza y la alegría.

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